jueves, 22 de octubre de 2015

los liberales en época de Fernando VII

En el mes de noviembre de 1814 se pasó orden al tribunal de la Inquisición [...] para que procediese inmediatamente y sin previa información sumaria, a la prisión del autor y de otras personas que habían sido delatadas al Gobierno por un villano calumniador como conspiradoras contra el altar y el trono. Verificóse la prisión a deshoras de la noche, con gran aparato de tropas y esbirros. [...] Es muy reprensible la condescendencia que tuvo [el tribunal] de prestarse a ser instrumento de la tiranía ministerial, prendiendo por una simple delación, contra lo prevenido en las leyes, a tantas personas inocentes, y entre ellas a tres señoras, una de las cuales estaba a la sazón criando un niño casi recién nacido. ¡Barbarie inaudita! (12).
En otro lugar, Tapia da más detalles de la terrible escena:
ABOGADO: [...] Pues, señor, mi buen Radamanto iba en lo más silencioso de la noche con una manga de granaderos y media docena de esbirros, así como van a embestir un redil los lobos hambrientos. Dirigíase, no a la guarida del inmoral y escandaloso adúltero, sino a la morada del pacífico y virtuoso ciudadano, cuyo delito era no conocer la torpe adulación y lamentarse de la servidumbre en que yacía su patria. El lecho conyugal no era respetado: de él salían a la fuerza trémulo el esposo, ahogada de llanto y de dolor su honesta compañera, estrechando en sus brazos un inocente niño, que lloraba y se estremecía a vista de los bárbaros sayones..
JUEZ: ¡Vaya! Usted delira. ¡Qué sarta de disparates! ¿Conque usted cree todas esas patrañas?
ABOGADO: Señor, yo repito lo que oí esta mañana a un sujeto muy formal, a quien acaeció lo que va referido. "Lleváronme", añadía el infeliz, "a una de las cárceles más conocidas del pueblo, en cuya entrada me separaron aquellos verdugos de mi pobre familia. Esta cruel separación acabó con el poco aliento que ya le quedaba a mi esposa, y dando unos espantosos alaridos cayó desmayada. Yo, que iba, caminando por una crujía oscura al calabozo que me tenían destinado, oí los lamentos de mi mujer; quise volver a consolarla: no me fue permitido. Quien tenga entrañas de hombre, y no de tigre, conocerá lo que mi alma padeció en tan amargo trance. Mi esposa fue encerrada en otra prisión con su hijo" (13).
En cuanto a la esposa de Tapia, interrogado el delator el 9 de marzo de 1815, explicó:
que a doña María Jesús de Monasterio, mujer de D. Eugenio de Tapia, el motivo de haberla comprendido en las reuniones fue por haber oído que siempre estaba en las tertulias mencionadas con su marido, y haber oído decir, sin acordarse a quién, en Cádiz ser adicta a la Constitución y su partido; pero que no la ha tratado ni visto más que cinco o seis veces en Sevilla, en Cádiz y en Madrid. (14)
El fiscal, que ya desde el principio del proceso había pedido la libertad de doña María Jesús, volvió a hacerlo el 22 de abril de 1815, por ser los cargos contra ella poco firmes, y por librar al tribunal de la responsabilidad en caso de que el niño muriera. En efecto, el niño se hallaba enfermo con alferecía en grave peligro de muerte, desgracia que sucedió poco después. El testimonio de Tapia es desgarrador: