miércoles, 18 de noviembre de 2015

Fragmento del Manifiesto Comunista Marx y Engels

Hasta hoy, toda sociedad descansó, como hemos visto, en el antagonismo entre las clases oprimidas y las opresoras.  Mas para poder oprimir a una clase es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguiría, y con ella su esclavizamiento. El siervo de la gleba se vio exaltado a miembro del municipio sin salir de la servidumbre, como el villano convertido en burgués bajo el yugo del absolutismo feudal.  La situación del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de mejorar conforme progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su propia clase. El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la población y la riqueza.  He ahí una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a ésta por norma las condiciones de su vida como clase.  Es incapaz de gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene más remedio que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella.  La sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad.

La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado.  El trabajo asalariado Presupone, inevitablemente, la concurrencia de los obreros entre sí.  Los progresos de la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la concurrencia, su unión revolucionaria por la organización.  Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores.  Su muerte y el triunfo del proletariado sin igualmente inevitables.
 
Henos aquí de nuevo en la iglesia y en el Estado. Es verdad que en esa organización nueva, establecida, como todas las organizaciones políticas antiguas, por la gracia de Dios, pero apoyada esta vez, al menos en la forma, a guisa de concesión necesaria al espíritu moderno, y como en los preámbulos de los decretos imperiales de Napoleón III, sobre la voluntad (ficticia) delpueblo; la iglesia no se llamará ya iglesia, se llamará escuela. Pero sobre los bancos de esa escuela no se sentarán solamente los niños: estará el menor eterno, el escolar reconocido incapaz para siempre de sufrir sus exámenes, de elevarse a la ciencia de sus maestros y de pasarse sin su disciplina: el pueblo. El Estado no se llamará ya monarquía, se llamará república, pero no dejará de ser Estado, es decir, una tutela oficial y relarmente establecida por una minoría de hombres competentes, de hombres de genio o de talento, virtuosos, para vigilar y para dirigir la conducta de ese gran incorregible y niño terrible: el Pueblo. Los profesores de la escuela y los funcionarios del Estado se harán republicanos; pero no serán por eso menos tutores, pastores, y el pueblo permanecerá siendo lo que ha sido eternamente hasta aquí: un rebaño. Cuidado entonces con los esquiladores; porque allí donde hay un rebaño, habrá necesariamente también esquiladores y aprovechadores del rebaño.
El pueblo, en ese sistema, será el escolar y el pupilo eterno. A pesar de su soberanía completamente ficticia, continuará sirviendo de instrumento a pensamientos, a voluntades y por consiguiente también a intereses que no serán los suyos. Entre esta situación y la que llamamos de libertad, de verdadera libertad, hay un abismo. Habrá, bajo formas nuevas, la antigua opresión y la antigua esclavitud, y allí donde existe la esclavitud, están la miseria, el embrutecimiento, la verdadera materialización de la sociedad, tanto de las clases privilegiadas ,como de las masas
Bakunin

jueves, 22 de octubre de 2015

los liberales en época de Fernando VII

En el mes de noviembre de 1814 se pasó orden al tribunal de la Inquisición [...] para que procediese inmediatamente y sin previa información sumaria, a la prisión del autor y de otras personas que habían sido delatadas al Gobierno por un villano calumniador como conspiradoras contra el altar y el trono. Verificóse la prisión a deshoras de la noche, con gran aparato de tropas y esbirros. [...] Es muy reprensible la condescendencia que tuvo [el tribunal] de prestarse a ser instrumento de la tiranía ministerial, prendiendo por una simple delación, contra lo prevenido en las leyes, a tantas personas inocentes, y entre ellas a tres señoras, una de las cuales estaba a la sazón criando un niño casi recién nacido. ¡Barbarie inaudita! (12).
En otro lugar, Tapia da más detalles de la terrible escena:
ABOGADO: [...] Pues, señor, mi buen Radamanto iba en lo más silencioso de la noche con una manga de granaderos y media docena de esbirros, así como van a embestir un redil los lobos hambrientos. Dirigíase, no a la guarida del inmoral y escandaloso adúltero, sino a la morada del pacífico y virtuoso ciudadano, cuyo delito era no conocer la torpe adulación y lamentarse de la servidumbre en que yacía su patria. El lecho conyugal no era respetado: de él salían a la fuerza trémulo el esposo, ahogada de llanto y de dolor su honesta compañera, estrechando en sus brazos un inocente niño, que lloraba y se estremecía a vista de los bárbaros sayones..
JUEZ: ¡Vaya! Usted delira. ¡Qué sarta de disparates! ¿Conque usted cree todas esas patrañas?
ABOGADO: Señor, yo repito lo que oí esta mañana a un sujeto muy formal, a quien acaeció lo que va referido. "Lleváronme", añadía el infeliz, "a una de las cárceles más conocidas del pueblo, en cuya entrada me separaron aquellos verdugos de mi pobre familia. Esta cruel separación acabó con el poco aliento que ya le quedaba a mi esposa, y dando unos espantosos alaridos cayó desmayada. Yo, que iba, caminando por una crujía oscura al calabozo que me tenían destinado, oí los lamentos de mi mujer; quise volver a consolarla: no me fue permitido. Quien tenga entrañas de hombre, y no de tigre, conocerá lo que mi alma padeció en tan amargo trance. Mi esposa fue encerrada en otra prisión con su hijo" (13).
En cuanto a la esposa de Tapia, interrogado el delator el 9 de marzo de 1815, explicó:
que a doña María Jesús de Monasterio, mujer de D. Eugenio de Tapia, el motivo de haberla comprendido en las reuniones fue por haber oído que siempre estaba en las tertulias mencionadas con su marido, y haber oído decir, sin acordarse a quién, en Cádiz ser adicta a la Constitución y su partido; pero que no la ha tratado ni visto más que cinco o seis veces en Sevilla, en Cádiz y en Madrid. (14)
El fiscal, que ya desde el principio del proceso había pedido la libertad de doña María Jesús, volvió a hacerlo el 22 de abril de 1815, por ser los cargos contra ella poco firmes, y por librar al tribunal de la responsabilidad en caso de que el niño muriera. En efecto, el niño se hallaba enfermo con alferecía en grave peligro de muerte, desgracia que sucedió poco después. El testimonio de Tapia es desgarrador:

viernes, 25 de septiembre de 2015

Texto tema 2. El trabajo infantil


Había dos formas de trabajo infantil durante la revolución industrial: Los aprendices de parroquia y los niños que trabajaban gratis. Los aprendices de parroquia eran niños huérfanos que estaban bajo el cuidado del gobierno británico. Los dueños de las fábricas les proporcionan vivienda y alimentos a cambio de su trabajo. Estos niños no recibían ningún tipo de compensación monetaria. Los niños que trabajaban por salarios muy bajos ganaron el título de niños que trabajaban gratis, algunos tenían 5 años y trabajaban en fábricas y minas de carbón. Debido al crecimiento de las fábricas textiles, un gran número de niños trabajaban en fábricas de algodón en donde pasaban la mayor parte de su tiempo en habitaciones con muy poco aire fresco y nada de ejercicio. Los niños también eran contratados para trabajar en fábricas de manufacturas como deshollinadores y cocinando ladrillos.

Condiciones de trabajo

El trabajo en las fábricas era un "refugio" para las familias que no les quedaba otra opción para no tener que sufrir hambre o directamente la muerte. Los padres confiaban en los ingresos de sus hijos y veían a la fábrica como una oportunidad para sobrevivir. La mano de obra de fábrica consistía en tareas manuales repetitivas. Los niños trabajaban en fábricas que eran insalubres y eran expuestos a productos químicos tóxicos y regularidad. Los niños que trabajan en fábricas de manufacturas, entraban en contacto con altos niveles de fósforo, lo que provocaba que sus dientes se pudran. Algunos niños murieron a causa de la inhalación excesiva de vapores de fósforo que despedían estas fábricas. En las fábricas de algodón, los niños generalmente manejaban maquinaria peligrosa lo que provocaba que tengan graves lesiones y accidentes. Otros se caían dentro de las máquinas dormidos por trabajar durante una cantidad excesiva de tiempo eran aplastados por peligrosas máquinas con las que trabajaban. Los niños que trabajaban en las minas de carbón a menudo morían a causa de las explosiones y lesiones.

Horas de trabajo

La mano de obra industrial no estaba regulada y los niños formaban parte de este trabajo extremadamente agotador, trabajando entre 12 y 19 horas al día, seis días a la semana, con un descanso de 1 hora. No era raro que los niños comenzaran su jornada laboral a las 5 AM y trabajaran hasta las 10 PM. Tampoco se les permitía usar relojes y los empleadores de las fábricas se aprovechaban de esto para manipular el tiempo para hacer que los niños se quedaran más tiempo trabajando en la fábrica fuera de su horario regular de trabajo
Evolución de la producción de algodón británico.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Texto: Tema 1. Antiguo Régimen
A veces se cogía una forma suave de la enfermedad, pero muy a menudo atacaba virulentamente hemorrágicas que se volvían oscuras, la enfermedad fue llamada la «peste negra».

En un mundo que desconocía la higiene, la peste negra se propagó inconteniblemente. Se cree que mató a 25 millones de personas en Europa antes de desaparecer (más porque todas las personas vulnerables habían muerto que porque se hiciese algo para detenerla), y muchas más aún en África y Asia. Alrededor de un tercio de la población de Europa murió, y quizá más, y pasó siglo y medio antes de que la procreación natural restaurase la población europea al nivel que tenía por la época de la batalla de Crécy. […]>>

>>Ciudades enteras quedaron despobladas; los primeros en morir quedaron insepultos, mientras los sobrevivientes iniciales huían, difundiendo la enfermedad allí adonde llegaban. Las granjas quedaron sin atender; los animales domésticos (que  también murieron por millones) deambularon sin nadie que cuidase de ellos. Naciones enteras (Aragón, por ejemplo) quedaron tan afectadas que nunca se recuperaron realmente. […]>>

>>El populacho aterrorizado tenía que entrar en acción, No sabiendo nada de la teoría de los gérmenes ni del peligro de las pulgas, incapaz de mantenerse limpio en una cultura más bien recelosa de la limpieza por considerarla mundana, no podía hacer nada útil. Pero podía hallar un chivo expiatorio, y para eso siempre estaban disponibles los judíos.>>

>>Surgió la teoría de que los judíos habían envenenado deliberadamente las fuentes para destruir a los cristianos. El hecho de que los judíos muriesen de la peste al igual que los cristianos  no fue  tenido en cuenta para  nada, y se  hizo con  ellos una implacable matanza. Por supuesto, ello no contribuyó en nada a disminuir el flagelo.>>

ASIMOV, Isaac, La formación de Francia, Madrid, Alianza Editorial, 1982, págs. 163-166